Después de este largo letargo invernal, el valle al igual que los osos del Pirineo, despierta con hambre de sol y verde en sus prados, tiempo de vida nueva, manifestada en el trino de los pájaros ,el renacer de las flores, capullos llenos de colores, y las ardillas se descuelgan de rama en rama, entre estos pinos centenarios, que se mantuvieron impávidos durante el largo invierno, cambiando su vestimenta verde por el blanco impoluto de la nieve.
Las huertas se abren en surcos, y los lugareños comienzan con el arte de plantar y sembrar, vuelven al terruño como todos los años esa actividad de amor a la tierra, y dentro de unos meses, se alzaran majestuosas tomateras, los puerros, las flores blancas de las patatas, las lechugas, las aromáticas y tantas otras verduras , hortalizas y frutas, muchas pasaran el próximo invierno hechas dulces, o licores.
Vivencias de una tierra que vive entre montañas, con un modo de ver la vida diferente, silencioso, donde el tiempo pasa despacio, sin apuros, honrando la vida.