- ¡¡¡Venga, venga recoge los “CDs” y largo de aquí, “Mojamé»…sabes que no se puede vender en la calle… Venga, o te mueves o te empapelo. Venga, que no te quiero detener. Y usted, señorita, ya sabe que le puedo multar por comprar en la calle…
Así hablaba un poli, de esos con impecable acento cheli, brillante gorra azul, cuadros ajedrezados y placa metropolitana, y se dirigía a un marroquí de tez morena que intentaba vender un disco de Alex Ubago a una joven hermosa.
Viendo que la discusión entre ellos dos se alargaba, la joven hermosa decidió alejarse de allí con su media sonrisa, atusándose la melena de pelo rizado y recolocando, en sus oídos, los auriculares de su pequeño walkman.
Allí se quedaron el municipal enfadado y el morito gesticulando; el poli escribiendo algo en su libreta y el morito maldiciendo algunas frases en árabe, mientras recogía la manta con los compactos.
Pocos minutos después, de pronto, el aire se encogió de golpe, como si toda la atmósfera respirable se hiciese pequeña un instante, para luego, expandirse de golpe con un rugido estrepitoso y emergente, un estallido furioso que llenó todo de oleadas de estrépito y calor asfixiante. - ¡¡¡Hostia, ,….- dijo el poli- …la madre que me ……
Y se dirigió, a la carrera, hacia donde parecía provenir el ruido.
Al doblar la esquina más próxima, vio un vagón de tren que había saltado por los aires. Siguió corriendo hasta alcanzar el boquete en el vagón, sorteando humeantes cascotes y hierros retorcidos.
Entre trozos de miembros mutilados, enseres personales calcinados y olores imposibles, gritó desesperado: - ¿Hay alguien herido ahí dentro?…¿Hay alguien?…
Entre lo que parecía ser un asiento, echada la cabeza para atrás en un escorzo inverosímil, yacía medio colgada la cabeza, morena y rizada, de la que parecía ser una joven hermosa que apenas respiraba. - Dios mío,…. no te preocupes, te sacaré de aquí. Ayuda, ayuda…..
En ese momento, apareció el morito con la manta de los “CDs” en las manos.
Entre los dos la levantaron y la colocaron con mimo en la improvisada manta-camilla.
Los dos, también, corrieron sujetando la manta y cruzaron las vías a toda prisa.
Gritaba el poli pidiendo una ambulancia y silencioso el morito trataba de no caerse.
Cuando ayudaban a colocar a la chica dentro de la ambulancia, el poli miró hacia arriba y murmuró algo parecido a “hijos de puta, malnacidos”, mientras el morito, cabizbajo, salmodiaba algo, entre dientes, que sonaba a lo mismo.
Después, los dos se miraron un instante; uno recogió su manta ensangrentada y el otro sacudió, con un gesto digno, su gorra acharolada.
Se despidieron; uno rompiendo el papel de la denuncia y el otro, llevándose una mano al corazón en señal de respeto.
-Venga, te compro uno del Ubago- dijo el poli, secándose el sudor de la frente antes de ponerse la gorra.
-Yo regalo que quieras- contestó el morito.
Al final del vagón entre los hierros retorcidos podía oírse una música suave. Era la melodía atenuada de un teléfono móvil que estaba recibiendo un mensaje de texto.
Mensaje. “Susana, soy mamá, ha habido un atentado, ¿estás bien? Llámame enseguida que estoy preocupada”
“A veces lo peor de unos pocos, saca lo mejor de otros muchos”.
IN MEMORIAM
AQUEL MARZO EN MADRID. Una historia que escribí hace mucho y que no olvido nunca. Cap. del libro «La poesía secreta»
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