Vida y peripecias de Pascual Quintana

Vida y peripecias de Pascual Quintana

Eulogio, El Capaor
Vida y Peripecias de Pascual Quintana ©

Ningún trabajo es indigno, pero hay algunos que imponen.
Así lo debió entender Eulogio Parrales. Con una moto Ossa que sonaba como un trueno de ultratumba cada vez que aceleraba, recorría las campiñas dedicado en cuerpo y alma la castración de cerdos. La ronca de aquel motor avanzando como un animal desbocado, seguido de una recia polvareda, hacía inconfundible la llegada de Eulogio.
Pero más aún lo hacía por su aspecto. Enfundaba una boina raída por el tiempo, con poblado bigote, con mirada atravesada por un ligero estrabismo en uno de los ojos, en el que además era apreciable una especie de catarata blanquecina. Su mera presencia, o con solo mencionarlo, ya provocaba pánico en los niños, más por su trabajo que por su aspecto. Pues se aterrorizaban con los alaridos de los pobres animales cuando se les sometía a tan cruel práctica, mientras él bregaba con sus atributos con la cuchilla en la boca, para mantenerla a mano cuando hubiera que rematar la faena.
Pueblos, Haciendas y Cortijadas eran sobresaltadas con el sonido de un chiflo, una especie de flauta, de las usadas por los afiladores de cuchillos. Comenzaba a sonarla en tonos altos, bajaba y después subía de nuevo y se recreaba en el sonido más estridente. Y cuando finalizaba el sonido melodioso a viva voz anunciaba a todo pulmón: “El Capaor, ha llegado El Capaor”. Lo peor era aquel pito con el que daba a conocer su presencia. Mucha gente empezó a asociar el sonido del chiflo con la desgracia y hubo quién sacó el dicho “traes más desgracia que el pito de un capaor”.
Lo ocurrido es que estando en su tarea, cierto día presenció una reyerta donde hubo de mediar exhibiendo sus aperos para apaciguar a los contendientes. Y de allí pasó a ser propuesto como testigo en la vista que se abrió por causa criminal.
Embutido en un distinguido traje, compareció ante la Sala, convencido de la importancia de su testimonio.
Con un solemne «Servidor, para servirle”, respondió cuando fue llamado por el ujier y con una no menos solemne genuflexión del cuello, impresionó al Tribunal plantándose de bruces ante sus atentos componentes.
Con voz gruesa, el que presidía, preguntó a Eulogio por su nombre. Con ademán hierático respondió Eulogio dando su nombre y apellidos a los componentes del Tribunal, apostillando con un “para servir a Ustedes” dirigido al Presidente que le había indagado al respecto.
Lo mismo apostilló cuando fue preguntado por su vecindad y por su edad. Y llegó el momento en que fue interrogado por su profesión. Con la mismo decisión y prestancia que exhibió en otras preguntas, respondió “Capaor de Serdos, para servir a Ustedes”, fue la respuesta de Eulogio usando aquel seseo sibilino de la campiña cordobesa. No pudo pasar desapercibido el gesto de intranquilidad que provocaron aquellas palabras en los miembros del Tribunal, pues todos dieron muestra de cierto repelús y comenzaron a remover su cuerpo en el asiento, no se sabe si para proteger algo próximo al trasero o para asegurarse de que estaba en su sitio. La cuestión es que el Presidente, recerniéndose en el asiento, contestó raudo: “muchas gracias, pero este Tribunal no precisa de sus servicios”.
No se sabe si aquel ilustre servidor de la justicia se sintió aludido o es que tal vez sabía de lo que iba el trabajo de capaor, pues, como decían por aquellos lares en aquellos tiempos, cortando cojones se aprende a capar.

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