– ¿Recuerdas cuando la abuela dejó de creer?-
– ¡¿Cómo?! ¡No! Pero, si iba a misa todos los domingos.-
– Sí, pero eso era por si acaso.-
– ¿Cómo que «por si acaso»? -él empieza a sonreír, adelantando cualquier explicación alocada.
– Por si, al final, estaba equivocada y San Pedro le pedía responsabilidades en la puerta.-
– Jajajaja…-
– Sí, sí, tú ríete, pero lo decía muy seria. Que se había cabreado con Dios porque, una de dos, o no existía o era un imbécil que nos había creado mal.-
– ¿Mal?-
– Pues, fíjate, somos jóvenes y estamos llenos de energía; cuando la cabeza se asienta, la energía desaparece… Bueno, y con las mujeres, ya me dirás, sangrando una vez al mes durante toda su vida para engendrar, como mucho, una o dos veces las que quieran ser madres si es que quieren…-
– Me la estoy imaginando -dice sin dejar de reír-, ¿ella tendría una solución mejor?-
– ¡Pues claro! -intenta reprimir la risa para meterse en el papel, recordando a la anciana- por ejemplo, que naciéramos con un botón de on-off en el ombligo, ya que éste queda inservible y sólo para recoger pelusillas. Entonces, ¿que quieres ser mamá? Activas el botón; ¿qué no? Lo desactivas.-
– Ya veo, ¿alguna cosa más?-
– ¡Uy, sí, cada día la encontrabas rosmando por algo! -se le sonrojan las mejillas al recordar uno de aquellos días-, Uno que le enfadaba mucho era la sexualidad -suaviza el ritmo al explicarlo porque aún le da vergüenza hablar de según que temas con él-, se preguntaba cómo era posible que hubiese tal descoordinación, a vosotros se os van apagando las ganas con la edad…o… o, bueno, ya me entiendes, el cuerpo deja de ser totalmente funcional y a nosotras se nos activa algo después de la menopausia que, vamos, pena no haberlo tenido antes, pero, eso sí, se nos activa con problemas asociados como la sequedad… -sonríe después de decirlo-… la verdad, si lo piensas no estaba muy desencaminada.-
Él siente una picazón de vergüenza inesperada, pero no puede dejar de asentir, a lo que ella continúa:
– ¡O los dientes! -se acuerda de pronto-, ¿por qué no nos hizo como a los tiburones, que si se le cae uno al momento le nace otro? No, no podía hacerlo, tenían que ser propensos a caerse con el paso de los años cuando no sentimos mayor placer que comiendo.-
– A ver, no se le puede negar, un poco pérfido sí que es, ya se ve con las plagas que mandó.-
– ¡Ah, sí, eso también lo decía! O sea, mucho «amor incondicional», «ama a tus enemigos como a ti mismo» y demás, pero si pones en duda su existencia, serás castigado por toda la eternidad -ve que él rompe a reír y ella se contagia.
– ¡A ver, qué puedes esperar de un Dios cuyo primer mandamiento es «me amarás sobre todas las cosas»!-
– ¡Qué incondicional todo!-
– ¡Y poco egocéntrico!-
– ¡Hasta infantil si me apuras! Me lo imagino con una pataleta de mil demonios si no se hace lo que él quiere.-
Entre risas, ella se levanta a por más café y, después, a por una libreta donde, en su momento, había decidido escribir aquellos pensamientos de la abuela. Al pasar de la tarde, con las mejillas algo doloridas por las carcajadas, los dos se quedan viendo a las hojas dibujadas con palabras. A él se le va la cabeza a aquel primer pensamiento: cuando eres joven, rebosas energía impulsiva; luego…
– Pasé todo nuestro verano trabajando -dice con cierta nostalgia-, ¿y tú, mi ángel, dónde estabas tú en el verano de nuestras vidas?-
Ella no quiere pensar en lo que implica la respuesta, pero aún así:
– Ya lo sabes, estudiando por las mejores notas.-
– Pero, no necesitabas tantas horas, verdad, me consta que…-
– Sí, sí -agita una mano-, no necesitaba aquella rigidez ni el exceso ni el sacrificio, pero… -encoge los hombros- no veía otra cosa.-
– ¿Y ahora?-
– Ahora… -sonríe dulce-, ahora ya es invierno.-
(«Hacia el Invierno» _ Fragmentos Ocultos)