Hay días en los que me siento lleno de moretones que nadie ve. No están en mi piel, pero duelen como si cada recuerdo, cada decepción, cada palabra no dicha, se hubiera quedado marcada bajo la carne.
Son golpes del alma, heridas que no sangran, pero pesan.
Llevo cicatrices en el corazón, no como trofeos, sino como mapas de todo lo que alguna vez me rompió y me obligó a recomponerme. A veces las miro, en silencio, y me pregunto cuántas de ellas me hicieron más fuerte… y cuántas simplemente me dejaron vacío.
Camino con el cuerpo cansado y el alma en guerra, intentando disimular las grietas con una sonrisa. Pero por dentro sé que hay batallas que nadie conoce, tormentas que libré sin testigos.
Sin embargo, sigo aquí.
Y eso, de alguna forma, es una victoria.
Porque aunque duela, sigo sintiendo.
Aunque el corazón tenga cicatrices, todavía late.
Y aunque los moretones del alma no desaparezcan, me recuerdan que sobreviví a todo lo que alguna vez pensé que me destruiría.



