¿Cómo empecé este viaje? ¿Por qué me decidí por la poesía para empezarlo y no por la tantas veces masticada narrativa de la que me declaro un completo admirador?
Este proyecto de Jardines del ánima tiene su germen de creación hiciera ya unos dos otoños, aunque en realidad, llevara impreso en mí desde el mismo momento en el que naciera. Muchos de los poemas que conforman las ramas últimas, las flores, las fragancias o las esencias de la tierra llegaron a mí primigenios, casi prehistóricos, en ese tramo histórico que muchos letrados denominan como infancia, juventud, adolescencia y «etapa preadulta». Establezco entonces la fecha de origen creativo de este poemario, justo al cierre del estallido que consumó ese abismo terrible entre la seguridad y lo desconocido. De pronto, la personalidad que fui componiendo al abrigo de la tan joven experiencia, se vio destruida por un invierno terrible de crisis de existencia, personalidad y anhelos venideros; pues los avisos que da la muerte golpean mucho antes de precaverlos.
Y cuando más apagado me sentí, di con un baúl repleto de los versos que compuso un día aquel adolescente inquieto. Aquellas semillas plantadas en las noches, en los días, en las aceras de Lucena, en las riñas y las despedidas eran flores hermosísimas hoy. Todas estas habían brotado de aquellos resquicios introspectivos tan sumamente remotos y complicados de acceder por uno mismo. Así, «Jardines del ánima» palpita, renace y sangra con la parábola última de la naturaleza que trata en su irreductible carácter de imitar por guardar siempre la vida entre sus brazos.