El eco de la eternidad

El eco de la eternidad

En la calle número 8 “BisQuaiSaint-Vincent”, en la Primera región de Lión, se encuentra la Academia de Bellas Artes de la ciudad, situada en Les Subsistances. Allí estaba también uno de los más importantes talleres del profesor de “Escultura” Jean Lambert. En ese taller acogía a sus visitantes y recibía su correspondencia. En el resto de los recintos, ocultos como celdas, oscuros y polvorosos, y de los cuales nadie sabía nada, acogía a las mujeres que serían sus futuros modelos. Ellas se desnudaban y formaban una fila frente a él. En la tenue luz de las velas las examinaba minuciosamente, pero con benevolencia.

La oscuridad que las envolvía no permitiría incluso al ojo más experimentado a notar todos los defectos. A lo largo de varios meses el profesor Lamber tenía que seleccionar entre centenares de mujeres. Finalmente escogió solo 50 modelos. Decidió invitarlas a su espacioso y acogedor taller oficial en la Academia, donde no había nada de misterios. Sin embargo, la personalidad de su creador provocaba la imaginación de los visitantes. Lamber tenía escasos muebles, algunas sillas, unos sofás desgastados y un piano. En una superficie de 200 metros cuadrados se encontraban esparcidas las pesadas y numerosas herramientas del profesor, así como maquetas en proceso de elaboración. Eran las variantes de arcilla de algunas obras que apenas había iniciado y que conservaba bajo toallas húmedas, los moldes de yeso para cabezas, manos, torsos y piernas, las composiciones no acabadas de mármol o las estatuas de bronce a las cuales acababa de aplicar la pátina. Todo ello creaba la sensación de un proceso de trabajo de no cesa.

21 de mayo de 1979

El profesor Lamber había llamado a sus 50 modelos para pronunciarse. Ellas eran muy diferentes por su aspecto y por su edad. La tarea era bastante difícil. El profesor se dirigió a las mujeres que estaban ordenadas en fila frente a él y les dijo:

−¿Saben por qué están aquí hoy? Voy a decirles. La mujer que logre cautivarme será mi único modelo y musa, recibirá remuneración sólida por posar y participará en mis exposiciones.

En este momento la señorita Fanny Rilke, una belleza de pelo rojizo y cara pálida como un lienzo, se dirigió a él y le dijo:

• ¿Importa el número que tenemos en la fila?

− ¡Claro que no! La última puede ser la primera, respondió el profesor Lamber. Les pediría que la modelo que oiga su nombre dé un paso adelante y cumpla mis instrucciones estrictamente.

Todas las damas consintieron con la cabeza. Lamber trataba de evitar las poses artificiales y buscaba una manera de captar la esencia, provocando a los modelos a moverse de manera natural, a hablar o a cantar. Dejó a las mujeres que pasearan desnudas por el taller, que caminaran de un lugar a otro o que descansaran. Mientras las observaba trataba de discernir las peculiaridades de sus movimientos.

El escultor afrontaba la difícil tarea de elegir entre muchas criaturas perfectas pero totalmente opuestas y distintas. Sus pensamientos vagaban. De repente su mirada se clavó en una maravillosa mujer, de mediana edad, una morena de pelo castaño y ojos esmeralda, que emanaba una fuerza básica, con esbeltas caderas robustas y un cuerpo de muslos pronunciados. Era Fany, el número 48, que había cruzado las manos vergonzosamente, para cubrir la ingle.

Lamber la miró sorprendido y pensó: “Qué ser tan precioso, ella era el número 48 en la fila y lo sabía”. El profesor le pidió que se quitara las manos. Ella se sitió muy cohibida y se detuvo. Después de unos segundos volvió en sí, tomó un rojo manto de encaje y se envolvió en él. Se dirigió al profesor Lamber y le susurró: “Puedo trabajar solamente con un modelo. La figura humana me inspira y ma calma. Siento profunda fascinación por el cuerpo humano, un auténtico culto”.

Rodin, citado po Georges Octave Dujardin-Beaumetz en 1913.

Las palabras de Fany resonaron como un eco en la mente del profesor, sus ojos brillaron y en este momento se dio cuenta de que una de las últimas en la fila se había convertido en su musa. Lamber la miró y le dijo:

− ¿Y Ud. cómo se dio cuenta de que Rodin es mi escultor favorito?

Después pidió al resto de las damas que se fueran y con el número 48 de la fila se pusieron manos a la obra.

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