Miró por la ventana del coche y lo vio alejarse sin saber cuánto lo echaría de menos nada más arrancar. Apenas daban las diez de la noche y la carretera estaba tan oscura como esa misma mañana a las seis. Descubrió, en el camino, que había trozos de autovía por los que pasaba de forma tan automática a diario que los desconocía. Debía centrarse al máximo para no despistarse en la oscuridad y subió la música por si corría el riesgo de quedarse dormida al volante. Con todo y eso, no se le olvidó su cara.
Él condujo hacia el otro lado, por la geografía dentada de la cara oculta de la costa y tampoco pudo dejar de pensar en el encuentro. Recordó cada paso que había dado desde esa misma mañana y la sensación que le quedaba al terminar el día.
Por alguna casualidad extraña, ambos buscaron una salida para girar y rehacer el camino. Los dos, también, se cruzaron en algún punto de la autovía, cada uno en su carril, el uno de ida, el otro de vuelta.