Te di mi voz, mi tiempo y mis ganas,
te abrí las puertas del alma sin pedir nada,
creí en tus gestos, en tus promesas calladas,
y en medio del caos, aún te encontraba.
Soñé con nosotros, con el hogar y la cuna,
con el milagro latiendo bajo la luna.
Te amé con ternura, con el pecho desnudo,
mientras tú… parecías tenerlo todo confuso.
Fui casa, refugio, abrazo en tormenta,
pero tus silencios pesaban más que mil piedras.
Me abrí contigo… y tú callabas.
Te buscaba… y tú te alejabas.
Me dijiste que exageraba el dolor,
que no sabías qué decir ante mi corazón.
Y ahí entendí, entre tu voz cansada,
que el amor no se ruega… ni se suplica nada.
No fue solo tu madre, tus formas, tus muros,
fue la forma en que hiciste de mi amor algo oscuro.
Y mientras yo me partía intentando salvarnos,
tú elegiste cerrarte… y soltarme sin dar la mano.
Hoy no te odio, tampoco te olvido,
te llevo en mi historia, lo vivido es mío.
Pero me amo lo suficiente para decir:
ya no puedo quedarme si dejo de existir.
Seguirás en mis recuerdos, en nuestra historia compartida,
y el fruto de lo nuestro será siempre mi guía.
Pero ahora elijo sanar, renacer sin rencor,
porque merezco un amor que me abrace sin dolor.



