Se amaron entre promesas, silencios y esperanzas.
Él llegó con los brazos llenos de ternura, soñando con formar un hogar, una familia, un “nosotros” para siempre.
Ella lo abrazó al principio, pero con el tiempo, dejó de escuchar.
Cada vez que él hablaba, ella callaba.
Cada vez que él pedía ser visto, era juzgado.
Y así, entre discusiones repetidas y gestos vacíos, él comenzó a romperse en silencio.
Quiso quedarse, quiso arreglarlo…
Pero un día entendió que amar no es suplicar, y que callarse por amor no era amor, era olvidarse de sí mismo.
Se fue. No por falta de amor, sino por falta de espacio.
Y aunque su corazón dolía, se dijo:
“donde ya no me escuchan, no puedo seguir hablándole a una pared.”
Y eligió reconstruirse. Por él. Por su paz. Por ese pequeño ser que aún no ha nacido



