Aquel niño que observaba en silencio desde los escalones del recreo jamás imaginó que una mirada podría cambiarle la vida. Lucía, con ojos de esmeralda y una risa de luz, se convirtió en su universo. Pero el destino, siempre caprichoso, lo arrancó de su mundo y lo lanzó al frío de la ausencia. Años después, volvió al mismo barrio, al mismo escalón… pero ya nadie esperaba. Lucía no creía en el amor. Él aún lo escribía en cada línea. Y aunque ya no quedarán promesas por cumplir, aquel niño —ya hombre— seguía sentado allí, con la esperanza intacta en el corazón.



