Salí a la calle esta mañana y el aire traía un perfume que no pertenecía a nadie, pero que parecía esperarme. Un aroma dulce, femenino, imposible de nombrar… y sin embargo, me nombraba a mí.
Desde entonces, no me ha abandonado.
Lo llevo conmigo, como si el viento hubiera querido dejarme un mensaje invisible entre la piel y la memoria.
Hace dos noches soñé con ella —la niña que conocí cuando la vida apenas empezaba a tener forma—.
En el sueño, me seguía en las redes como quien cruza un puente olvidado; me escribía con la naturalidad de quien nunca se fue del todo.
Desperté con su voz aún resonando en el pecho, y hoy, sin buscarla, su rostro me ha aparecido entre las sugerencias del mundo digital… como si los sueños y la realidad hubieran decidido conspirar por un instante.
Entonces comprendí algo:
No era ella quien volvía, sino lo que ella representaba.
El perfume, el sueño, su nombre… todo formaba parte de un mismo susurro.
El universo, tal vez, me recordaba la inocencia del primer amor;
esa pureza que no pedía nada, que solo existía por el simple hecho de sentir.
Quizá no era un reencuentro con una persona, sino con mi propia esencia.
Con el niño que aún cree que las almas pueden reconocerse a través del tiempo,
que el amor deja huellas que ni el olvido ni los años pueden borrar.
Hoy, su nombre volvió a mí, no como un recuerdo,
sino como un reflejo.
Y entendí que algunas presencias no regresan para quedarse,
sino para recordarte quién eras cuando aún creías en la magia.
Desde entonces, no me ha abandonado.
Lo llevo conmigo, como si el viento hubiera querido dejarme un mensaje invisible entre la piel y la memoria.
Hace dos noches soñé con ella —la niña que conocí cuando la vida apenas empezaba a tener forma—.
En el sueño, me seguía en las redes como quien cruza un puente olvidado; me escribía con la naturalidad de quien nunca se fue del todo.
Desperté con su voz aún resonando en el pecho, y hoy, sin buscarla, su rostro me ha aparecido entre las sugerencias del mundo digital… como si los sueños y la realidad hubieran decidido conspirar por un instante.
Entonces comprendí algo:
No era ella quien volvía, sino lo que ella representaba.
El perfume, el sueño, su nombre… todo formaba parte de un mismo susurro.
El universo, tal vez, me recordaba la inocencia del primer amor;
esa pureza que no pedía nada, que solo existía por el simple hecho de sentir.
Quizá no era un reencuentro con una persona, sino con mi propia esencia.
Con el niño que aún cree que las almas pueden reconocerse a través del tiempo,
que el amor deja huellas que ni el olvido ni los años pueden borrar.
Hoy, su nombre volvió a mí, no como un recuerdo,
sino como un reflejo.
Y entendí que algunas presencias no regresan para quedarse,
sino para recordarte quién eras cuando aún creías en la magia.



