Fragmento de mi última novela en preparación
Aunque la música llenaba el aire del cuarto, los eléctricos parpadeos ya no contaminaban las recónditas sombras que lo envolvían. Albardo, agradecido, suspiró aliviado, se giró hacia la cama, y se recostó desmañado.
Una sensación de paz se apoderó de sus sentidos reptando desde las piernas hasta alcanzar su cabeza. Los párpados se le cerraron lentamente, al tiempo que inspiraba la suave calma que reinaba a su alrededor, y se abandonó al reparador sueño que le invadió dibujando un rictus agradecido en su cara…
Caminaba confiado por una calle angosta, los vigorosos adoquines de granito que componían el pavimento le inspiraban fortaleza y seguridad, los blancos portales de las casas que la delimitaban dejaban entrever sus umbríos patios cuajados de verdor y de variados arriates plenos de coloridas flores.
Tímidos rayos de un sol que se adivinaba resplandeciente querían en vano evadir la férrea estrechura de la calleja sin conseguirlo. Albardo, observaba complacido el amistoso entorno de las fachadas de las casas blanqueadas de cal, y los balcones y ventanas protegidos por rejas y barandas de juguetonas filigranas de hierro dulce.
Una festiva musiquilla resonaba a lo largo del callejón hasta alcanzar una plazuela que se adivinaba al final de este. Albardo, degustando el sentimiento de cálida aceptación que aquella estrechez le inspiraba, se dejó llevar hasta la íntima placita enmarcada por fragantes limoneros, una fuente de piedra con cuatro sirenas dadoras de vida, la refrescaba con las límpidas aguas que manaban de sus senos. Una suave brisa, propia del atardecer, ponía frescor en el aire, las hojas de los limoneros se estremecían tenues dispuestas a regalar el áspero perfume de sus frutos; Albardo, ocupó uno de los bancos de mampostería que rodeaban la fuente, se sentía delicadamente feliz, sentía que estaba vivo, cerró los ojos y se entregó agradecido al inusitado abandono que le poseía.
—¿Has acudido a mi llamada para romper tus ataduras, o solo para hacer un alto en tu camino por unos miserables breves instantes?
Sobresaltado, Albardo abrió los ojos. Frente a él, observándole con una divertida mirada, había un hombre de avanzada edad, quien sin apartar la mirada, sonriendo, se adelantó y se acomodó a su lado en el banco de piedra y azulejos.
El anciano le resultaba familiar, había en él algo indefinido que le agradaba y repelía al mismo tiempo. Albardo, con un asustadizo hilo de voz, le interpeló.
—¿Eres un caminante?
El viejo, carraspeando ruidosamente, se levantó de su asiento, y de nuevo frente a Albardo respondió con tono jocoso.
—Los caminantes y los durmientes sois parte del juego cuyo único objetivo es el de aportar poder al invisible creador creado por los personajes que se mueven tras los escenarios. —El anciano, sonriendo esta vez con sorprendente fiereza, caminó hacia la fuente, y apoyándose indolente contra el busto de una de las cuatro deidades con forma de sirena, añadió:
—En el juego se desarrolla un drama ilusorio, pero muy real para los personajes, tanto caminantes como durmientes, quienes creen ser partes independientes de la trama, aunque en realidad pertenecen a un cuerpo social diseñado para proporcionar a los creadores los elementos necesarios para la supervivencia y auge de estos…
Albardo guardaba silencio, el anciano había desaparecido, la placita perfumada y generosa se había detenido imbuida de opresoras sombras que amenazaban con devorarla, la fuente, antes fresca y cantarina, estaba seca, sus cuatro opulentas sirenas de piedra parecieron cobrar vida transformadas en amenazantes criaturas bicéfalas, las cuales emitían mudas carcajadas a la par que hablaban al unísono.
—Sigue rompiendo ataduras, acércate más al abismo y arrójate sin miedo, pues, una vez lanzado, alzarás el vuelo, serás capaz de abrazar el principio de los tiempos, donde todo termina y recomienza. Para obtener la libertad, deberás desechar los vínculos que te mantienen anclado en esta tierra, este limbo estático difuminado de grises oscuros…
En el aire serpenteaban cambiantes zumbidos, cual primigenias colosales melodías. Albardo, fascinado, sentía ser parte de aquella fantástica música arropada por un oscuro manto hacia el que ascendía atraído por una magnética voz profunda que parecía articular su nombre…
—Albardo, acepta lo por venir, la semilla emergerá portadora del sustento, de dolor y sufrimiento que la liberará…
Albardo, incapaz de soportar la ensordecedora voz, quería cubrirse los oídos con las manos, la insoportable tortura se transformó en amenazantes truenos que estallaban dentro de su cabeza…
Los golpes en la puerta le sacaron bruscamente de su letargo, se levantó con torpeza de la cama, se aproximó a esta tambaleante y la abrió. Frente a él se encontraban dos policías de uniforme, uno de ellos se adelantó, le tomó con fuerza del brazo y le conminó:
—Albardo Palmares, queda usted detenido por conducta blasfema y atentado contra la seguridad nacional.