Hay un tipo de miedo que no necesita forma, que no lleva rostro ni deja huellas visibles. Es el que se activa cuando la lógica se rompe, cuando lo que conocemos ya no nos sirve para explicar lo que sentimos. Ese miedo a lo sobrenatural, a lo que desafía las leyes de la física, la razón, incluso de la vida misma. Ese miedo que aparece cuando lo inexplicable nos mira a los ojos.
¿Por qué nos estremecen las historias de espectros que flotan en los pasillos? ¿Por qué se nos acelera el corazón al pensar en posesiones, muertes sin causa, cuerpos que regresan de la tumba o apariciones que surgen entre la niebla y el silencio? Un sueño que parece advertirnos. El escalofrío que recorre la espalda no es solo miedo: es también un tipo de respeto, de reconocimiento hacia algo que intuimos más grande, más antiguo, más poderoso que nosotros. El misterio no solo asusta, también atrae.
Porque todo lo que viola las leyes naturales nos enfrenta con una amenaza sin forma, con una realidad que no podemos controlar ni entender del todo. Y eso activa en nosotros antiguos mecanismos: el miedo ancestral, la culpa proyectada, la sospecha de que lo imposible puede, en efecto, estar sucediendo.
Desde los albores de la humanidad, lo sobrenatural ha sido una constante en la vida mental del ser humano. Dioses, demonios, fantasmas, ángeles, brujas, extraterrestres, monstruos marinos, civilizaciones perdidas: hay una necesidad profunda de imaginar lo que está más allá de la percepción directa.
Lo misterioso nos asusta… y al mismo tiempo, nos fascina. Hay una belleza oscura en lo que no comprendemos, una atracción inevitable en lo que nos sobrepasa. Ver levitar un cuerpo, o un susurro en una habitación vacía, nos produce angustia, sí… pero también nos conecta con algo profundo y olvidado: el asombro primitivo ante un mundo más fascinante que el que vivimos.
Y entonces, en medio de esa incertidumbre, surge esa emoción tan opuesta: la admiración. Porque lo sobrenatural no solo genera miedo, también despierta respeto, reverencia… y hasta deseo. Este extraño vínculo entre miedo y admiración hace que nos detengamos a observar un incendio, aunque nos asuste. Que leamos historias de fantasmas con el corazón acelerado, pero sin poder apartar la vista. Que nos adentremos en ruinas, cuevas, selvas o casas abandonadas con peligro de derrumbe inminente, no solo porque queramos respuestas, sino porque queremos sentir el cosquilleo: esa mezcla entre “a lo mejor hay algo” y “ojalá no exista nada”.
Nos sentimos vulnerables, sí. Pero también vivos. La ciencia ha empezado a estudiar esta ambivalencia. El cerebro responde de forma parecida ante el miedo y el asombro. Se dilatan las pupilas, se acelera el pulso, se inhiben funciones racionales y se activan regiones más antiguas del sistema nervioso. Es una mezcla entre sentirse vulnerable y abrirse a lo desconocido. ¿Amenaza o revelación?
Muchas personas que han vivido experiencias “inexplicables” no solo las describen como aterradoras, sino como sagradas. Hay una línea muy fina entre la presencia que atemoriza y la que conmueve. Lo sobrenatural, cuando se vive intensamente, se parece mucho a lo divino.
¿Y tú? ¿Qué harías si un día el espejo no devolviera tu reflejo? ¿Seguirías llamándolo miedo… o empezarías a llamarlo verdad? Cuando lo inexplicable nos mira a los ojos, ¿crees que podemos ser capaces de sentir fascinación en vez de miedo?
Porque hay algo en nosotros que no se conforma con lo que puede medir y pesar. Hay una parte del alma que quiere sentir la noche abierta, los límites tambaleándose, el mundo temblando un poco bajo los pies.
Atrévete a mirar lo invisible. Lo sobrenatural no es tan ajeno como crees.
Espero que disfrutéis mucho con la lectura del libro que he publicado con ExLibric.
https://www.exlibric.com/author/mercedes-victoria-cebrian-berenguer/
Además del blog de ExLibric, en https://lahechicerarubia.es publico artículos de psicología, pedagogía, autoayuda, literatura, de todo un poco. Es un blog personal con un toque mágico.



