Robert Coloma (Encamp, Principado de Andorra). Como siempre digo: soy un producto de la guerra civil española. Mis abuelos, junto con sus dos hijos, una chica y un chico, se exiliaron a Andorra por ser republicanos y, por tanto, perseguidos por el nuevo régimen español. Allí, con el tiempo, mis padres se conocieron, siendo yo un producto de su relación matrimonial. En aquella época, en el país solo había estudios secundarios, por lo que mi madre, que se había separado del marido, me internó en Barcelona en un internado de carmelitas, del cual me tuvo que sacar debido al encono de un armario de dos metros, pelirrojo. Dicho carmelita me había puesto en su punto de mira por rebelde. Fui cambiado a otro internado de jesuitas, donde cursé todos mis estudios y, con el tiempo, como seminarista. Fue una experiencia muy gratificante y útil para mi futuro.
El tiempo fue pasando y, por causas un tanto extrañas, antes de «cantar misa», me salí del seminario. A partir de aquel momento tuve varios trabajos hasta que, finalmente, monté mi propio negocio de contabilidad. No había aún impuestos en el país, por lo que no había demasiadas complicaciones; sí que se implantó por ley la obligatoriedad de que todo negocio debía tener su contabilidad. Tuve suerte. Sobre los treinta años, me casé y he tenido dos hijos. El mayor, músico (tiene una escuela de música), y el segundo ha acabado haciéndose cargo del negocio de contabilidades, con todo el intríngulis que lleva hoy en día el nuevo sistema fiscal andorrano.