Amo las caricias del nuevo día
cuando se yergue pleno de promesas.
El aliento del urgente canto del gallo
que anuncia la eterna lucha
de la luz y las oscuridades.
La inevitable victoria de la vida
sobre las yermas entropías.
Amo los consuelos que amamantan
las dichas inalcanzables
en los pálidos días de invierno.
Las metálicas heridas luminosas
que arrullan las corrientes cristalinas
de las infantiles aguas sedientas.
Amo las mujeres valerosas
que desgranan invencibles las esperas
por las interminables encrucijadas.
Los hombres que deterioran
las obtusas ambigüedades
de los enfermizos paraísos.
Amo las noches diamantinas
que preceden el renacer de la inocencia,
del niño hombre nuevo.
Amo los reflejos que devuelven los espejos,
de las sinceras sonrisas
liberadas de los yugos de la culpa.
Yo creo, amo, la vida…



