No recuerdas lo pequeña que eras cuando después de 45 años vuelves al sitio de tu infancia, paseas por las calles que tantas alegrías me dieron y alguna que otra pena. Recuerdas cada esquina, lo sucedido, a veces con amor y otras con desengaño.
Ver por las calles, aunque con los años siguen sin estar bien cuidadas y limpias, ese olor a pis que no es de perros, es de gente humana que no tiene la consideración de cuidar esos rincones donde yo en algún momento de mi pasado fui muy feliz.
Los árboles grandes cuando eran pequeños, lo que han crecido.
En mi barrio humilde pero lleno de mucho poder, donde todo el mundo sabíamos en qué lugar y sitio debíamos estar sin molestar.
Decido hacer el mismo recorrido de cuando iba al colegio, EGB, qué lejos queda, qué mayor que soy. Entre nostalgia entro observando cómo ha mejorado, algo bueno, pero sigue con la esencia del pasado. Me dieron el placer de poder recorrer esas aulas y seguir sintiendo cada momento y situación, como en las calles de mi barrio, orgullosa. Me enseñó tantas cosas… Pero lo más bonito de entre esas paredes impregnadas de recuerdos es poder ver a mi profesora, a quien tantos quebraderos de cabeza le di y quien tanta paciencia tuvo conmigo. Tranquila, no es mi cualidad y en mi corta edad tenía carácter para ciertas cosas, pero para otras era y sigo siendo muy tímida, aunque no lo parezca.
Entre esas divagaciones, la veo. Ella no me recuerda, pero solo al decirle mi nombre se puso la mano en la cabeza. La abracé sin permiso y me salieron unas lágrimas sin control al recordarla.
Viendo que más no podía hacer en este 50 aniversario del colegio, con los ojos encharcados, decido salir y volver a recorrer el mismo camino hacia lo que fue mi casa. Cuál fue la añoranza que agudizó mis lágrimas, mirando por todo el camino en que momento saldría mi padre de sus paseos por el barrio con su perrita negra y fiel a su lado.
Son recuerdos que se quedan en el corazón para siempre.



